Tengo la suerte de
pertenecer a una parroquia joven con mucha vida. Un domingo al mes participamos
en el proyecto “Desayunos Atocha” que organiza la Orden de Malta. Este año
son muchos los jóvenes que están en bachillerato o empezando sus carreras, los
que quieren venir a repartir desayunos con nosotros, incluso tenemos lista de
espera para que puedan venir todos. La mayoría se apuntan marcados por las
experiencias vividas en los campos de trabajo del verano que, aún en noviembre,
siguen transformando a uno por dentro.
Así el domingo comienza un
madrugón para estar a las 8h en Atocha. Nos encontramos con el resto de
voluntarios en el patio de una parroquia céntrica de Madrid. Julio es acogida;
contento de vernos, recibe con una broma a los chicos de “tres piedras” y se
contagia de la alegría y la ilusión que traen los jóvenes a la mañana. Las
noches previas, recoge cajas de pan y bollería que donan las panaderías, pues
se sigue tirando mucha comida en perfecto estado que no se vende en el día.
Bajamos todo el material
necesario del almacén y en el patio montamos dos carpas que nos resguardan y
sirven de comedor improvisado. Unos calientan la leche y preparan las mesas,
otros se encargan de preparar los platos con los dulces, mientras un tercer
equipo hace bocadillos en una carrera contrarreloj para que todos puedan
llevarse la comida de ese día. A las 8:30h comienzan a llegar los más
madrugadores. Antes de abrir hacemos una breve oración y distribuimos los
puestos de tareas para que todo marche con fluidez. La tarea es sencilla, se
acude a las mesas cual camarero y se va sirviendo café o chocolate caliente con
posibilidad de repetir.
Pero el desayuno es una
mera excusa para el encuentro. Cuando van quedando asientos libres, se rompe la
barrera que separa al voluntario de la realidad de la calle, y sentados en la
misma mesa, en torno a un café se comparte vida. Son personas como tú y como
yo, que un día acabaron al otro lado de la mesa, quizá golpeados por la crisis,
el paro, divorcios, drogas, enfermedades mentales, malas decisiones… incluso
abuelos solos que sencillamente vienen a ser escuchados.
Ya de vuelta en el coche,
somos conscientes de que por dar desayunos no vamos a acabar con el hambre en
el mundo ni a solucionar la vida a nadie. Pero Jesús nos repite sin cansarse
“dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37). Y cuando te quieres dar cuenta resulta
que el alimentado eres tú y que una vez más la Palabra se ha hecho Vida.
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